La gestación de un bebé es un proceso lleno de cambios físicos y psicológicos para la mujer, pero nada demuestra que tenga que haber un cambio en los hábitos y frecuencia de las relaciones sexuales. Sexo y embarazo pueden ser dos palabras perfectamente complementarias, aunque en este caso tanto el estado físico como anímico de la mujer será más determinante que nunca. En este sentido, debemos tener en cuenta que los cambios hormonales pueden influir en el deseo sexual -libido- de la mujer tanto para más como para menos. En un embarazo normal, sin complicaciones, se pueden mantener relaciones sexuales sin ningún riesgo tanto para la mujer como para el bebé, protegido en todo momento por el líquido amniótico y el tapón mucoso que cierra la entrada del cuello del útero. Las relaciones sexuales, además de reforzar el vínculo de la pareja, también nos ayudan a flexibilizar los músculos pélvicos.
En teoría durante el primer trimestre, los órganos de la pelvis reciben más sangre de lo habitual, por lo que puede favorecer las ganas de tener sexo. Con todo, a menudo los cambios físicos en el cuerpo de la mujer se traducen en cansancio y náuseas durante las primeras semanas, cosa que puede hacer disminuir el deseo. Lo más habitual, pero, es que estos síntomas desaparezcan a partir de las 12 semanas aproximadamente. Entre la semana 16 y la 30 el cuerpo ya se ha acostumbrado a la nueva situación y se trata de un momento en que los complejos físicos desaparecen: la mujer puede vivir esta transformación como un alivio, ya que no debe justificar el hecho de, por ejemplo, aumentar de peso. Esta sensación, a menudo parecida a una liberación, permite vivir las relaciones sexuales de una forma más llena. Finalmente, en la recta final del embarazo puede disminuir el interés por el sexo, y se le añade que el abdomen llega a su tamaño máximo, hecho que puede dificultar según que posiciones.
Al principio del artículo comentábamos que las relaciones sexuales son perfectamente compatibles con el embarazo. Aun así, hay algunos factores que las pueden convertir en un riesgo, pero en este caso la recomendación es ponerse en contacto con un médico especialista. Estos factores pueden ser: un embarazo múltiple, aborto previo a este embarazo, el haber tenido un bebé prematuro, sangrado vaginal o la placenta previa.